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ALFONSINA STORNI
Alfonsina Storni: Una vida de letras
El mar fue el testigo de la desventura de una mujer, cuyo talento innato para expresar en palabras los sentimientos más profundos de los seres humanos no pudo acallar la tristeza que la llevo a tomar la decisión más difícil de su vida, eligiendo las costas de Mar del Plata como escenario final de su existencia terrenal.
Ese final que ha sido tan bien plasmado en una sencilla pero emotiva zamba compuesta por Ariel Ramírez y Félix Luna, y que popularizó con su voz la gran Mercedes Sosa, en la que se plantea la inquietud sobre la desaparición de la artista, preguntándole a ella misma cuáles son los nuevos poemas que ha ido a buscar.
Es que la incertidumbre y las inquietudes ante el suicidio de Alfonsina Storni aún hoy, después de que transcurrieran más de siete décadas de aquella trágica muerte, continúan surgiendo una y otra vez, y son respondidas con argumentos nacidos en el imaginario nacional, porque nadie puede explicarse que su vida haya concluido de esa manera.
Se supone que un artista logra exorcizar sus demonios a través de su arte. Por lo menos es lo que consideran muchos que sucede a través de la magia del verdadero talento artístico.
Sin embargo, las palabras que inundaban constantemente la mente de Alfonsina, y que fueron magistralmente utilizada en los miles de hermosos poemas compuestos de su puño y letra, no le alcanzaron para luchar contra la triste realidad de su vida.
Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
Alfonsina Storni nació el 29 de mayo de 1892 en la ciudad Sala Capriasca, de Suiza, siendo la hija menor del matrimonio conformado por Alfonso Storni y Paulina Martignoni, quienes además tenían dos hijos llamados María y Romero
Su familia había estado previamente asentada durante un tiempo en la provincia argentina de San Juan, hasta el año 1880 en que decidieron volver a Suiza, por ello Alfonsina nació en aquel país europeo, aunque existen algunas versiones que indican que podría haber llegado a nacer en altamar el 22 de mayo, y que en realidad fue anotada días después.
Lo cierto es que su nombre fue elegido por su padre, y según ella misma afirmaba: “Me llamaron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo”.
Cuando tenía 4 años de edad, Alfonsina llegó con sus padres a la provincia de San Juan, donde realizó sus estudios y paralelamente comenzó a surgir el talento innato de la que se convertiría en una de las más grandes literatas del país.
Pero San Juan no sería el lugar definitivo de Alfonsina, ya que en el año 1901, poco después de que naciera su hermano menor llamado Hildo Alberto, con quien la poetisa establecería una relación de cariño y protección, la familia se trasladó a la ciudad de Rosario.
Allí, su madre inauguró una humilde y pequeña academia en la que ofrecía clases particulares en distintas áreas, y ese pasó a ser el sostén principal de la familia, por lo cual comenzaron los tiempos duros, en los que la economía que manejaban los Storni los ubicó en el umbral de la pobreza.
Debido a esto, Alfonsina debió abandonar sus estudios y comenzar a trabajar como lava platos, cuando sólo tenía diez años.
La situación de su familia empeoraba cada vez más, y su padre, entregado a la bebida, comenzó a transitar un declive que lo llevaría a la muerte. En este entorno de tristezas e impotencias fue donde se desarrolló la poetisa, quizás intentando canalizar su pesar en las letras.
Un giro del destino hizo que Alfonsina fuera requerida por la compañía teatral de Manuel Cordero, y posteriormente contratada por la compañía de José Tallavi. Con aquel trabajo de actriz, la joven y su familia recorrieron el interior del país y pudieron salir momentáneamente de aquella dura situación económica.
A partir de ese momento comenzó no sólo la independización de Alfonsina sino también su producción literaria, que transitaba por los versos de las poesías y la prosa de las obras de teatro. Además se desenvolvía como profesora particular de recitado y buenos modales.
Esto le permitió finalizar sus estudios de docente en la carrera de maestro rural en la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales. Fue en aquel momento que conoció a Emilia Pérez de la Barra, su profesora de la cátedra de Idioma Nacional, quien la estimuló a trabajar duro en la producción literaria, ya que había descubierto el gran talento que Alfonsina tenía para las letras.
Poco después decidió mudarse a la ciudad de Buenos Aires, precisamente en el año 1911, momento en que daría a luz a su hijo Alejandro, siendo madre soltera.
En Buenos Aires trabajó en diversos oficios, desde cajera de farmacia, empleada de tienda, hasta como docente en la Escuela para Niños Débiles del Parque Chacabuco, institución educativa destina a niños pobres que se encontraban en situación de raquitismo.
Mientras tanto, Alfonsina jamás abandonó su creación, e incluso comenzó a publicar algunos escritos en la revista Caras y Caretas, y la redacción de avisos publicitarios y cartas comerciales para la compañía de importación de aceite Freixas Hermanos.
Fue durante su paso por la revista Caras y Caretas que Alfonsina tuvo la posibilidad de establecer amistad con importantes escritores del país, como es el caso de José Enrique Rodó, Amado Nervo, José Ingenieros y Manuel Ugarte. Además, durante sus frecuentes viajes a Montevideo, Uruguay, trabó amistad con la poetisa Juana de Ibarbourou y el escritor Horacio Quiroga.
La amistad con el literato fue realmente profunda y era frecuente verlos juntos, por lo que muchos comenzaron a especular con la posibilidad de que existía entre ambos una relación amorosa, aunque esto jamás se supo con certeza.
Te invitamos a leer el artículos titulado “Alfonsina Storni: La poesía como respuesta” para conocer más acerca de su vida.
Olvido y fuga
del blog http://lospalabristasdeh.blogspot.com.ar/
Olvido y fuga
Asmara Gay
1
Ella abre la boca,
silencio,
olvida que la memoria escapó
en la fuga de los pies pequeños.
2
Olvido y fuga,
le digo a la sombra,
olvido y fuga
esta noche doblada por el viento.
3
sombra de sombras bulliciosas
sombra de sombras sobre la columna
herrumbrosa de la memoria
4
Esta noche
la sombra y yo
iremos al pozo del pensamiento
5
que nada tiene
mas que esquirlas verdes
estelas sin nombres
sin perfume
sin pasos
6
Mis pasos, sus pasos,
sus ojos, mis ojos,
se encuentran en un rato sereno.
7
Pero no puede hablar, dejó la voz colgada en un grito. Un instante solo, un instante de pies pequeños, donde la clara oscuridad es tan confusa como los sentimientos de aquellos ojos. Todo o nada, dice la niña. Todo o nada se ha perdido en décadas de sueño.
8
ella camina lento
ella un misterio verde
ella espiral de barcos echando raíces
9
ella y yo
yo en ella
miedo de las dos
camino del espejo
10
Dejemos el pensamiento y la memoria, dejemos el instante y los pasos pequeños, ya no seré lo que fuimos. Mi pie es un ancla sin peso.
Frederic Leighton (English painter, sculptor, illustrator & writer) 1830 – 1896
Joselu: profesor de Secundaria
Juan Gelman (1930)
Juan Gelman (1930)
Lo que pasa
Yo te entregué mi sangre, mis sonidos,
mis manos, mi cabeza,
y lo que es más, mi soledad, la gran señora,
como un día de mayo dulcísimo de otoño,
y lo que es más aún, todo mi olvido
para que lo deshagas y dures en la noche, en la
tormenta, en la desgracia,
y más aún, te di mi muerte,
veré subir tu rostro entre el oleaje de las
sombras,
y aún no puedo abarcarte, sigues creciendo como
un fuego, y me destruyes, me construyes, eres oscura como
la luz.
Niños
un niño hunde la mano en su fiebre y saca astros que tira
al aire / y ninguno ve
yo tampoco los veo /
yo sólo veo un niño con fiebre que tiene los ojos cerrados
y ve
animalitos que pasan por el cielo pacen en su temblor
yo no veo esos animalitos /
yo veo al niño que ve animalitos
y me pregunto por qué esto pasa hoy
¿pasaría otra cosa ayer? /
¿se sacaría el niño mucha pena
del alma ayer? / yo sólo sé que el niño tiene fiebre
tiene el alma cerrada y la hunde
en las cenizas que dejará porque ardió
pero ¿es así? / ¿hunde su alma en las cenizas de sí / un
árbol
mira detrás de la ventana al sol
hay sol /
detrás de la ventana hay un árbol en la calle
ahora por la calle pasa un niño con una mano en el bolsillo
del pantalón
está contento y saca la mano del bolsillo
abre la mano y suelta fiebres que ninguno ve
yo tampoco las veo /
yo sólo veo su palma abierta a la luz
y él / ¿qué ve?
¿ve bueyes que tiran del sol?
yo no sé nada /
no sé qué ve el niño de la mano en el pantalón
ni el niño que tiene fiebre y ve los huesos del Atlántico
y los huesos de todos los mares revueltos en su corazón
yo no veo nada / no sé nada
ni sé en qué día nací /
conozco la fecha pero no el día en que nací
¿o ese día es este día en que muero por enésima vez?
¿es este día en que todos los que han muerto
se vuelven a morir conmigo? / ¿o yo con ellos?
¿en esta luz dulcísima y abierta? /
¿y qué hace el niño con esta luz en su palma?
¿mientras todos trabajan para hacer dinero fuera de esta
luz?
¿encerrados afuera de esta luz que es imposible mirar sin
una luz adentro? /
¿sin un amor con pena adentro?
ahora pasan las cartas que nunca me escribiste
hijo / vos / que tanto nacés de esta luz /
tus cartas tienen fiebres de las que no sé nada
y nunca sabré nada /
parecen pajaritos que vuelan con su serenidad
astros que tiraste al aire y ninguno ve /
yo no los veo ni los ve mi dolor inseguro
pensabas en una vida más limpia que ésta
una vida que se podía lavar
tender al sol de tu bondad /
una vida llena de rostros como viajes
¿dónde están esos rostros / esos viajes?
la vida está desnuda como un mar sin orillas
y no puedo volver la vida atrás
llevarla hasta tu cuna
ni llevarla adelante /
yo soy menos real que la mesa donde como
yo como para ser real como el árbol detrás de la ventana
ahora un niño se le paró al lado /
saca la mano del bolsillo del pantalón
abre su palma a la luz
y piensa que la muerte es la muerte
y no más que eso
Carta
te escribo en una hojita de papel
caída del cuaderno del hijo
con una baca un burro
sumas restas
esta carta que enviaré jamás
tiene delicias y tristezas
y cuando la leías
te ponías muy dulce
porque yo no escribía nada
pero cantaban los pájaros
azules de la izquierda
volaban a tu sombra y callaban
con los ojos abiertos
como memorias en la noche
Biografía de JUAN GELMAN
Nació en Buenos Aires, en el número 300 de la calle Canning -actualmente Scalabrini Ortiz- en Villa Crespo, un barrio de fuerte identidad judía. Fue el tercer hijo (el único nacido en Argentina) de un matrimonio de inmigrantes judíos ucranianos, José Gelman y Paulina Burichson. Aprendió a leer a los 3 años y pasó su infancia andando en bicicleta, jugando al fútbol y leyendo. Desde niño es simpatizante de Atlanta, el club de fútbol del barrio, donde años después le pondrían su nombre a la biblioteca, algo que él considera «el homenaje más grande de su vida».6 Comenzó a escribir poemas de amor cuando tenía ocho años y publicó el primero a los once (1941) en la revista Rojo y Negro.
Realizó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Buenos Aires. A los quince años ingresó a la Federación Juvenil Comunista. En 1948 comenzó a estudiar Química en la Universidad de Buenos Aires pero abandonó poco después para dedicarse plenamente a la poesía. Grupo «El pan duro» y la nueva poesía (1955-1967)
En 1955 fue uno de los fundadores del grupo de poetas El pan duro, integrado por jóvenes militantes comunistas que proponían una poesía comprometida y popular y actuaban cooperativamente para publicar y difundir sus trabajos. En 1956 el grupo decidió publicar su primer libro, Violín y otras cuestiones.7
En 1959, influenciado por la Revolución Cubana comenzó a adherir a la vía de la lucha armada en Argentina y a disentir con la postura opuesta del Partido Comunista.
En 1963, durante la presidencia de Guido, fue encarcelado con otros escritores por pertenecer al Partido Comunista en el marco del plan represivo CONINTES, hecho que provocó movimientos de solidaridad y publicaciones de sus poemas en protesta por su detención. Luego de ser liberado abandonó el Partido Comunista para comenzar a vincularse a sectores del peronismo revolucionario.
Con otros jóvenes que también habían abandonado el Partido Comunista como José Luis Mangieri y Juan Carlos Portantiero formó el grupo Nueva Expresión y la editorial La Rosa Blindada que difundía libros de izquierda rechazados por el comunismo ortodoxo.
Actividad como periodista
En 1966 comenzó a trabajar como periodista. Se desempeñó como jefe de redacción de la revista Panorama (1969), secretario de redacción y director del suplemento cultural del diario La Opinión (1971-1973), secretario de redacción de la revista Crisis (1973-1974) y jefe de redacción del diario Noticias (1974).
Militancia en organizaciones guerrilleras libertarias
En 1967, durante la dictadura militar autodenominada Revolución Argentina (1966-1973) se integró a la organización guerrillera recién formada Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), de orientación peronista-guevarista, que realizaban acciones militares y políticas contra ese gobierno. A fines de 1973 pasó a integrar la organización guerrillera Montoneros, de orientación peronista, a raíz de su fusión con las FAR.
Esa organización apoyó críticamente a los gobiernos peronistas de Cámpora (1973), del cual participaron, y el del propio Perón (1973-1974), pero continuó con las acciones armadas, como por ejemplo el asesinato del sindicalista José Ignacio Rucci y, finalmente, decidió su retorno a la clandestinidad. En todo ese período Gelman desempeñó un papel relevante en la acción cultural y de comunicación de las FAR
DE es.wikipedia.orgCONTINUARÁ….
Murió en México Juan Gelman
A los 83 años, murió en México Juan Gelman
Era considerado uno de los grandes poetas en habla hispana. En 2007 obtuvo el Premio Cervantes. Visitó la Argentina por ultima vez en agosto, cuando presentó su libro Hoy en la Biblioteca Nacional. Una historia marcada por las atrocidades de la última dictadura militar, que desapareció a su hijo, hija y nuera. Autor de más de treinta libros, se encontraba internado en la Ciudad de México, donde vivía desde hace más de 20 años.
La caricia perdida
Alfonsina Storni
La caricia perdida
Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos… En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará… rodará…
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?
JOSECITO EL CARPINTERO
JOSECITO EL CARPINTERO
Su carpintería estaba a unas ocho cuadras sobre nuestra misma calle. Papá me había mandado con una pequeña notita, me parece que a cobrar un flete de maderas. Me iba de mala gana y refunfuñando, ya que hubiera querido quedarme con mi hermano mayor, Audino, ayudándole a pintar las llantas del camión, que comenzaban a lucir rabiosamente amarillas; pero una vez en camino me divertía ir entretenido con el paseo, en aquella mañana radiante de sol.
Era la penúltima calle del pueblo, de tierra, con no más de una docena de casas a lo largo. Las cuadras estaban alambradas o con tejidos, casi todas sembradas como pequeñas chacras: media cuadra de algodón, un sitio de maíz, huertas con zapallos, mandiocas, arvejas, o pequeñas quintas de duraznos, pomelos, o naranjas. El paisaje se completaba con la brisa y un silencio salpicado de trinos dispersos y apagados. Escuchaba en un ir y venir la propaladora del centro, con frases traslapadas, con un parloteo de ecos inentendibles y lejanos.
El galpón parecía pequeño debajo aquella morera gigantesca y umbrosa, con su copa tan verde y tupida, rodeados además por plantas de pomelos y limoneros, en el sitio detrás de la casa. Empujé el portillo, y no vi de donde surgió un enorme perrazo que en un instante estuvo sobre mí, ladrando embravecido, con sus fauces abiertas, dispuesto a tragarme. Yo con mis ocho años no atiné a nada, paralizado por el terror… Pero, en el salto final quedó congelado en el aire, sujetado por la cadena, que corría a lo largo de una maroma que atravesaba el patio. Luego de forcejear, quejumbroso se volvió al trotecito, a tirarse entre los pomelos caídos debajo de las plantas.
Allí he visto la colosal silueta del carpintero recortada en la puerta, en su acudir presuroso, con sus herramientas en la mano. Adentro un banco de gruesas maderas, mazas, formones, y por todos lados: tablas, tirantes, tacos y sobre todo virutas y aserrín… El polvo en suspenso de tan denso, reflejaba los chorros de luz que entraban por la ventana, por la puerta y por algunos agujeros del techo de chapas…No sé que me dijo mientras volvía a su trabajo. Yo lo miraba cepillar un grueso tirante, ejercitando sus fuertes brazos sin mangas, con brillos de sudor. Detrás en el suelo, una cabriada a medio armar, esperaba seguramente el madero que Josecito estaba aprestando, con tanto fervor que yo lo miraba embelesado, mientras finos rulos surgían del alisado, e iban cubriendo el banco.
Hoy diría que se parecía a Antony Queen, por su aspecto de gigante rubio, pelo ralo, de gesto aquietado, y su modo afable, imponente y campechano. No hablaba mucho, ceñudo, parecía enfadado, pero sorprendía con una risa escueta, que mezquinaba. Esa mañana lo vi reírse, y mucho. Sin querer tropezó con el gato que se había agazapado entre los retazos del suelo. Debe haberle aplastado la cola al pobre. El maullido fue interminable y estremecedor, mientras saltaba como un resorte, del suelo al banco, al estante, y de allí a la ventanita trasera por donde salió como un relámpago, pero antes tumbó un tarro de pintura colorada, que se hizo una pasta en el suelo con el aserrín amontonado. Afuera se debe haber topado con el perrazo, por los ladridos y las disparadas. Josecito entró a reírse sin poder parar por un buen rato, pese a la pérdida de la pintura. Y yo con él; y creo que desde ese día, nos hicimos amigos…
Se advertía que no estaba muy en armonía con la sociedad, al menos con la más cercana; la gente que tenía preeminencia en los estamentos de aquel entonces, en nuestro pueblo, para él acusaba de fallas imperdonables. Que la cooperativa agrícola, que asociaba a más de mil familias de productores agropecuarias, según él estaba arbitrariamente dirigida y había quienes eran perjudicados, mientras que había otros con privilegios de amistad, o de familia, o de otros intereses. Lo mismo pensaba del párroco, que con un par de familias transcendían sobre la moral todo el pueblo y la colonia, y se inmiscuía en todas las decisiones. Esto era como estar en contra de todo, por la absoluta incidencia que tenía en la vida del común de la gente.
Tendría entonces unos cincuenta años, pero manifestaba la inconformidad y rebeldía de la más briosa juventud. Creo que volcaba esa adrenalina en el trabajo, que encaraba con dureza y responsabilidad.
Para los desbastes más gruesos, los cortes más grandes, contaba con el aserradero de la familia de su mujer. Los cuñados disponían de herramientas más pesadas e industriales, por lo que solía ir él allí a hacer esas labores, casi a diario. Pasaba por casa, temprano en las mañanas, a grandes pasos; cargando al hombro un par de tirantes, tablones o distintas maderas, ya que el otro taller estaba a otro tanto de casa, pero al otro lado del pueblo. Para cualquiera hubiera sido una carga más que pesada, pero para su tamaño y su fortaleza, parecía no afectarlo en lo más mínimo, ya que caminaba presto y como si no pesara gran cosa.
Pero había otra razón para tomarse todo ese trabajo. Entre taller y taller, él hacía un pequeño rodeo, tres o cuatro cuadras y pasaba por el bar del Club de bochas, donde Vicente atendía el bar, y si bien a esa hora estaba cerrado, tocaba dos o tres golpecitos, y le abrían para que se desayunara, mandándose al coleto tres copas grandes de fernet Branca, fuerte y puro; que era el combustible imprescindible para iniciar su jornada. Al regreso hacía lo mismo. Su alcoholismo se hizo más y más exigente, se fue agravando; y en pocos años cayó a lo más profundo del pozo. Estuvo muy enfermo y terminó hospitalizado, de donde salió renovado y haciendo votos de que nunca más probaría bebidas blancas… Y poco a poco las fue reemplazando por cervezas. La cantidad que tomaba era proporcional a su tamaño, o a su fuerza. Era increíble. Vaciaba decenas de botellas por día. Pero la verdad parecía que para él eso era el mejor remedio, nunca lo he visto ebrio, ni que le afectara, o al menos, no que se notara.
De tanto en tanto me llamaba para que lo ayudara con sus liquidaciones de impuestos y demás anotaciones. Iba a su casa a la noche, y mientras yo peleaba con sus apuntes, él acarreaba porrones de cerveza desde el “boliche” de la esquina. Me consta que en esas horas tomaba más de una docena. Yo tenía que acompañarlo, pero no le llegaba ni a un décimo. Y él seguía tan fresco y lúcido como siempre.
Era a fines de los años cincuenta y tomó el trabajo de hacer la nueva puerta principal interna del templo parroquial, que casi toda la década estuvo refaccionándose, junto al nuevo campanario que agregaba la nueva elegancia de su afilado pináculo, lo que le confería un depurado estilo neo-gótico, con los relojes y la gran cruz del remate en lo alto. En la inmensa puerta de madera clara, de Raulí chileno, tuvo Josecito que labrar sus ornamentos en relieve: un par de escudos, columnas y capiteles, que cinceló con maestría. Necesitaba que yo le dibujara las formas y los perfiles, para seguirlos luego con sus formones y gubias, y así labrado un perfil dibujaba yo el otro lado, y él los iba terminando. Puse mi pequeño grano de arena, al lado de él, que perdurará creo en ese monumento, por muchísimo tiempo, aunque no lleve allí ninguna firma.
El párroco de aquellos tiempos, el Pbro. Celso Milanessio, patriarca indiscutido de la comarca, en sus gentes y en sus bienes, era el artífice de lo que lograba la comunidad, de él y de los colaboradores más cercanos. Siguiendo su concepción de la remozada imagen del templo, externo e interno en detalles, le ayudé dibujando distintos artefactos, entre ellos candelabros de pared, de lo que aún algo queda; no en sus sitios ni ornamentos, y sin las tulipas originales.
No sé porque Josecito se cansó de tan noble profesión, un verdadero carpintero y ebanista; como dice la zamba… “lindo oficio, ¡Quien lo pudiera tener!”
Así que, un día, decidido, cambió de rubro. Se planteó un giro, una actividad distinta. Fabricar mosaicos. Pasó del día a la noche. ¿Qué podría atraerle un trabajo doblemente duro, exigente, tosco; pasar de la madera tan noble y cálida, a la cal, cemento, arena y a accionar una prensa manual de hacer mosaicos, tirando a músculo puro, el volante de tornillo, para el moldeado de cada pieza; unas doscientas o trescientas veces en el día, para ganar un módico sustento?
La prensa que compró era una máquina vetusta, que reemplazaba la empresa donde yo trabajaba entonces No sólo por vetusta, sino porque esos mosaicos calcáreos ya eran reemplazados por los graníticos y luego por las cerámicas. Pero él siguió con verdadero tesón adelante con su nueva actividad, en buena hora ya que los cambios se dieron despacio, y lo suyo tuvo vigencia muchísimo tiempo.
Hubo veces en que me hizo confidencias de sus años mozos, y de aún después. Confidente yo…, que aún no cumplía los veinte; pero lo escuchaba, porque veía que debía decírselo a alguien… Tenía su lado blando, romántico. Me habló de un gran amor, no sé si de soltero o de casado, sé que por algo aquello era “non sancto”, con una directora de una escuela señera; pero hacía años ella volvió a sus pagos de origen y sólo quedó el olvido. Volvió una vez en un acto conmemorativo de la escuela, muchos años después, por unas pocas horas. Yo la vi en el palco, una señora elegante, distinguida, pero entonces yo no sabía quién era. Era un chico todavía. En cambio él no pudo, no recuerdo por qué; pero lo lamentaba todavía profundamente. Conocer ese aspecto del hombre tan duro que yo veía en el, desde aquella mañana que pisó el gato, me desconcertaba, y al mismo tiempo me alegraba, porque adivinaba un espíritu sensible y en el fondo triste, totalmente humano…
Una tarde me mostró dos varillas de madera dura, secas y griseadas por la intemperie, que estaban entre otras maderas en la pared trasera de la casa, madurándose al sol.
-Son de lapacho- me dijo- lleva años para hacer lo que quiero.- De estos palos van a salir dos tacos de billar que van a ser únicos…, uno es para vos, y el otro para mí…-
Sopesé la madera, me imaginé cómo sería desbastada, pulida, y contrapesada; pero íntimamente dudé que aquello pudiera llegar a ser lo que él prometía…
-Tanteá el peso, cuando esté balanceado, vas a ver…- me decía con los ojos brillantes, ilusionados. Y volvió a depositar las maderas contra la pared… -Pero requieren estacionarse más todavía…-
Pasó mucho, mucho tiempo, y un día los tacos, estuvieron listos; me los enseñó terminados, como había predicho: eran de una sola pieza, no desarmables; pero prometían un golpe como a veces soñamos tener los billaristas, en un taco ideal
-Elegí el tuyo…- dijo pasándome ambos. Pero yo no acepté, y tuvo que darme él uno de los dos.
Jugamos algunas veces juntos en el Círculo, gozándolos ambos. El mío era ligeramente más fino, con más peso atrás. Me dio el mejor. Otro lado suyo era la nobleza…
Pero al tiempo sus salidas no eran más que promesas, excusas, postergaciones. Josecito estaba decayendo. Sé que no se sentía bien, y dejó su empeño para más adelante, cuando volviera a sentirse mejor.
Hasta que un día, años después, me dio también el otro taco.
-Tenelo vos, en cualquier momento te lo pediré prestado…- Sentí un gusto amargo, no en la boca, sino en medio del alma…,-A veces vas a querer cambiar… tenelos, siempre…-
Y siempre fueron mis tacos. Jugué años. A Josecito lo empecé a ver cada vez menos. Luego entré al banco, y tuve que irme y radicarme en otras ciudades, en otras provincias. Fui dejando de jugar, absorbido cada vez más por nuevas obligaciones y otras amistades.
Josecito murió estando yo lejos, incluso me enteré mucho después. Lo sentí mucho, pobre amigo, quizás haya querido verme por última vez, y tal vez yo estaba muy ocupado…
Los tacos los perdí, hace años, y no pude recuperarlos, por más que sigo intentando rastrear su derrotero, le he pedido a amigos que me ayuden, pero sin lograrlo. Habían quedado en la parroquia, en poder del hermano Rogelio; pero un día las mesas se vendieron con todos los tacos. No sólo los míos, varios amigos tenían los suyos en las mismas condiciones. Las mesas y los tacos cambiaron de dueños, una y otra vez, y por el momento no logramos localizarlos.
Me gustaría volver a tener mis tacos, SUS TACOS, como trofeo de amistad, como trofeo de la vida. El hubiera querido que los tuviera SIEMPRE, aquellas maderas nobles, labradas con sus manos toscas, curtidas con honradez.
FIN
Celso H Agretti – Avellaneda SFe; 20 de julio de 2010. (Día del amigo)
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